Ep 18: Formando la Sīrah: Las Sūras más tempranas

Bien, así que, insha’Allah, lo que espero que podamos lograr hoy es mirar el mensaje coránico al comienzo de la da‘wah, el inicio del mensaje, e intentar entender el sistema de creencias de los primeros musulmanes y también, ojalá, hablar de algunos de los primeros conversos al islam y lo que significan, es decir, algunos de los incidentes notables y las dinámicas de las primeras conversiones, así como algunas de las primeras personalidades en este contexto.

Como dijimos en nuestras sesiones anteriores, aunque el salāh tal como se practica hoy, con los rituales particulares en la forma en que lo conocemos, sabemos que no fue revelado hasta el Isrā’ y el Mi‘rāj, o al menos eso es lo que los informes y tradiciones acumuladas de la sirah y hadices nos dicen. Así que no sabemos exactamente cómo era el salāh antes del Isrā’ y el Mi‘rāj. Es decir, hay un debate —en el que no quiero entrar ahora— entre las fuentes suníes y chiíes respecto a cuándo ocurrió el Isrā’ y el Mi‘rāj. Las fuentes chiíes usualmente dicen que ocurrieron antes en la da‘wah, mientras que las fuentes suníes dicen que ocurrieron bastante tarde en el periodo mequí. Las fuentes chiíes dicen que fue más temprano. Pero por ahora, ese no es un asunto en el que necesitemos entrar.

El punto, sin embargo, es que claramente, desde el principio —incluso antes de la revelación coránica— sabemos, por medio de informes acumulativos, que el salāh era algo en lo que el Profeta ﷺ se involucraba. Y como dijimos la última vez, después de la revelación, incluso tenemos reportes de él orando con Jadiyah y Alí cerca de la Ka‘bah, a la vista de todos. También tenemos informes de que oraba nuevamente con Jadiyah y Alí, no en la Ka‘bah, sino cerca de Mina, donde, por ejemplo, fue visto por su tío Abu Tálib, quien les preguntó: “¿Qué están haciendo?” Y ellos respondieron: “Estamos orando.”

Tenemos, por supuesto, informes —antes del Isrā’ y el Mi‘rāj— del Profeta ﷺ haciendo suyūd (prosternación) en las cercanías de la Ka‘bah, y como veremos más adelante, hubo incidentes en los que fue agredido mientras hacía suyūd cerca de la Ka‘bah.

Mi punto es que, ciertamente, el salāh, aunque no podamos decir que era exactamente como se realiza hoy, desde las etapas más tempranas tomó la forma de símbolos, de actos que simbolizan la sumisión a Allah subḥānahu wa ta‘āla, y que simbolizan la rendición. Y esa rendición, como hablaremos dentro de un momento, significa que estás tomando una decisión consciente; de hecho, un pacto, un acuerdo en el que entregas tus asuntos a tu Creador. Estás depositando tu confianza en tu Creador. Y lo que esa confianza significa, en esencia, es reconocer, admitir, que no eres un agente libre con autonomía ilimitada, que no eres alguien que habita la tierra sin un líder, en efecto, sin alguien que esté a cargo de ti. ¿Por qué estoy enfatizando este punto? Porque desde las primeras revelaciones del Corán encontramos este tema del salāh, el tema del “ven a tu Señor en oración” subrayado constantemente.

Ahora, vuelvo a enfatizar esto porque una de las cosas más notables sobre los primeros años del mensaje islámico es que la colectividad —aquellos que siguen, aquellos que han aceptado la profecía de Muḥammad ﷺ— se reúnen colectivamente para reafirmar su compromiso con lo divino y su rendición. En otras palabras, se reúnen en salāh. Y una de las cosas más llamativas es la centralidad del salāh en la vida de los musulmanes desde el principio, y no es una exageración decir que el salāh se convierte en la actividad central, tanto individual como colectivamente, para quien entra en esta fe.

Ahora, nosotros estamos acostumbrados a la idea de realizar el salāh de manera ritual y pensamos que eso es todo. Pero lo que sorprende sobre estos primeros conversos es que para ellos el salāh estaba impregnado de una intensidad de significado tal, que la relación con Allah se convirtió en todo. Es decir, desarrollaron una relación significativa con lo divino tanto a nivel individual como colectivo. Lo practicaban de manera individual, pero también estaba en el centro de su actividad cuando se reunían. Es como si dijeran: el salāh no puede ser algo marginal en nuestras vidas.

Y entonces, cuando miramos el mensaje coránico —y aunque no sabemos con precisión cuáles son las suras que fueron reveladas en los primeros tres años—, podemos decir con seguridad que hay suras que probablemente sí fueron reveladas durante ese periodo. Ahora, ¿podemos determinar con exactitud el número o el alcance de esas suras? No lo creo. Pero sí podemos afirmar, por ejemplo, que estamos seguros de que la sura 96 fue revelada en los primeros tres años. De hecho, la sura 96 suele considerarse la primera revelación.

Y quiero tomar algunas de estas suras, particularmente aquellas de las que estamos seguros. Así que, la primera revelación: sura Al-Alak, que es la sura 96. Cuando examinas el mensaje de esta sura, la primera lección es la centralidad de reconocer cuán peligroso es cuando los seres humanos hacen que la medida de lo correcto y lo incorrecto sea la pura subjetividad de sus impulsos y deseos. Por lo tanto, usa tu intelecto, y aquí la sura transmite como mensaje central: usa tu intelecto, pero un intelecto que no esté conectado con Allah subḥānahu wa ta‘āla, un intelecto que busque cualquier camino que desee sin la asociación con lo divino, llevará al ṭughyān (tiranía, opresión). Y el ṭughyān lleva a la injusticia, lleva, si se quiere, a la opresión, porque ṭughyān es injusticia, especialmente una injusticia caprichosa. Describimos cualquier situación de opresión y estados persistentes de injusticia como ṭughyān. Este estado de ṭughyān es el estado natural de los seres humanos cuando se imaginan autosuficientes y sin necesidad de la asociación y la guía divina.

Y enseguida, el mensaje. los reportes en la tradición nos dicen que aquí se está hablando de Abu Ŷahl, y los reportes van aún más lejos al decir que esto se debe a que Abu Ŷahl, en los primeros tres años —probablemente incluso en el primero—, vio a los musulmanes realizando prosternaciones alrededor de la Ka‘bah y los acosó y los ahuyentó.

Sin embargo —y nuevamente, pueden remitirse al tafsir si quieren ver los detalles completos sobre esto—, la forma en que estos versículos fueron atribuidos, o las llamadas “circunstancias de revelación” (asbāb al-nuzūl) en la literatura, se relacionaron con un incidente con Abū Ŷahl. Creo que esto fue más bien un caso de narradores posteriores diciendo: “Bueno, tiene sentido que esto esté hablando de Abū Ŷahl.” Pero yo no creo que estos versículos hayan sido revelados para abordar un incidente con Abū Ŷahl, sino que se estaban refiriendo a una cuestión general. Y esto es muy importante para que entendamos el comienzo del mensaje, porque si observas —nuevamente— la sura, reflexiona sobre el tipo de carácter, de personalidad que está describiendo. Está diciendo: “¿Acaso has reflexionado sobre ese tipo de persona que prohíbe a otros orar?”, o que incluso podría significar “disuade” a otros de orar.

Pero más aún, este tipo de personalidad, este tipo de ser humano, no sólo se siente incómodo o perturbado ante quienes oran, sino que también se siente perturbado ante aquellos que se preocupan por la guía y la siguen.

Entonces, está hablando de personas que viven una vida con principios, que humildemente reconocen —mientras usan su intelecto— que un intelecto sin límites, un intelecto desatado, que es de lo que trata el inicio de la sura, es decir, el intelecto (‘aql). La sura empieza hablando de “el cálamo” (al-qalam), que significa la pluma, pero también significa el intelecto. Y después de decirnos “¿has reflexionado sobre lo que ocurre con los seres humanos cuando usan este intelecto ignorando la supremacía del Creador, la soberanía de lo divino?”, nos muestra las consecuencias.

En otras palabras, cuando ese intelecto se vuelve soberano por sí mismo, y la persona excluye lo divino, lo reemplaza con su propio ego o razón, entonces —cuando ese tipo de persona ve a otros que viven una vida guiada por principios divinos— se siente incómodo ante ellos y, de hecho, intenta disuadirlos de vivir así. Ahora, subḥānAllāh, los intérpretes coránicos de esa época dijeron que “disuadir” podría significar algo como lo que hizo Abū Ŷahl o Abū Lahab, es decir, oponerse agresivamente, de manera grosera. Pero si tomas la sura en sí misma, lo que está hablando es de todas las formas de disuasión.

Si te acercas a una persona y, por ejemplo, le dices: “Deja de mencionar a Allah.”, “Deja de hablar de lo que crees que Allah te exige.”, “Deja de hablar del shayṭān.” O, en otras palabras: “Deja de mencionar cualquier cosa fuera del mundo material”, entonces estás entre aquellos que disuaden, porque has marginado lo divino del discurso humano.

Y lo notable es que la primera revelación ya te está anclando en esta realidad. Te está diciendo: o eres como los mequíes, que —y esto es algo muy sorprendente— en teoría reconocían a un Dios supremo, pero ese Dios supremo no tenía nada que ver con sus asuntos cotidianos. Sus deidades, sus ídolos, eran los que realmente intervenían en la vida material y en los logros mundanos. Acudías a los ídolos porque querías un resultado material. Dios, en teoría, era supremo, pero no interfería en nada. Y por eso también excluyeron la idea del Más Allá. No creían en la resurrección ni en una vida después de la muerte, porque eso colocaría a Dios en una posición central, y entonces eliminaría el rol de sus ídolos.

Y ellos comprendían que si aceptaban la resurrección y las consecuencias, un modo de vida puramente materialista dejaría de tener sentido. Así que, desde la primera revelación, cuando llega y dice —y esto es muy interesante—, el lenguaje es de una elocuencia asombrosa, pero usa expresiones idiomáticas que los árabes conocían muy bien.

Donde dice que a ese tipo de personas “les tomaremos por el copete”, es decir, por la parte frontal del cabello, por la frente. Y Allah está diciendo que los arrastrará por su copete, es decir, por la sede de su arrogancia. Ahora bien, esa es una expresión idiomática que básicamente significa que Dios quebrará su orgullo en la otra vida. La imagen que inmediatamente se forma en tu mente es la de personas orgullosas, personas altivas que no ven ningún papel para lo divino en sus vidas. No solo eso, sino que se irritan ante quienes sí ven un papel para lo divino en la vida; se sienten incómodos, molestos, resistentes frente a ellos. Ven a esas personas como problemáticas, desagradables, indeseables. Y entonces viene la promesa: el resultado de su arrogancia en esta vida es que Dios los humillará en la otra.

Así que cualquier musulmán que ingresara al islam en los primeros tres años tenía que estudiar, porque sabemos que se reunían con el Profeta ﷺ para realizar el salāh y para reflexionar sobre el Corán. Por lo tanto, si tú quieres internalizar y revivir el mensaje islámico tal como fue experimentado por los primeros musulmanes —si quieres caminar en sus pasos—, deja de lado por un momento la ley. No necesitas la ley durante un buen tiempo. Lo que sí necesitas es el arte, el hábito y la dicha de reunirte con otras personas para elevar a tu Señor, para hacer el salāh, porque esto es un arte.

Y requiere una gran humildad. Hay muchas personas que son capaces de adorar a Dios en soledad, pero son demasiado orgullosas cuando se trata de hacerlo públicamente, en grupo. Y esta es una lección muy importante, porque estás diciendo: queremos que adquieras el hábito de pertenecer a una comunidad y una sociedad humilde ante su Señor.

¿Y cómo vamos a inculcarte ese hábito si no aprendes a hacerlo colectivamente? Por eso, el salāh es lo primero. Y la segunda cosa, después del salāh, es reflexionar sobre el Corán.

Imagina a los primeros musulmanes, e imagina —como hablamos la última vez— la casa del Profeta ﷺ, con Zayd allí, con ‘Alī ibn Abī Ṭālib allí, con Ja‘far, con las hijas del Profeta, con Jadiyah, y todos ellos reflexionando juntos.

¿Y sobre qué reflexionaban?

Dependiendo de las suras reveladas en ese momento, reflexionaban sobre qué significa realmente lo que estaban leyendo.

¿Sobre qué meditaban?

Sobre qué significa cometer el pecado de marginar a Dios en tu vida.

¿Qué significa vivir como si Dios fuera irrelevante?

¿Por qué existen personas cuyo carácter se ve amenazado por aquellos que deciden vivir una vida guiada por los principios de la divinidad?

 

Y así, por ejemplo, tomamos otra sura que, con certeza, fue revelada muy temprano —ampliamente reportada como la segunda sura revelada—: la sura 68, Sūrat al-Qalam (“La Pluma”). Tomemos esta sura. Nuevamente, recibimos numerosos informes que nos dicen —especialmente en esta sura— que termina con una advertencia o amenaza.

Primero, empieza mencionando la pluma, y eso ya es una rareza asombrosa en una sociedad que era, en su mayoría, analfabeta. Porque está dirigiendo tu atención inmediatamente hacia la centralidad y la importancia de la palabra, y especialmente de la palabra escrita, en una sociedad que no tenía gran aprecio por ella. Y una vez más, si estudias el tafsīr, comprendes lo extraordinario que es el Corán al hablar fuera de su contexto civilizacional, o más allá de su propio momento histórico.

Cuando habla sobre la importancia de la palabra escrita a un pueblo mayormente iletrado, uno se pregunta: ¿Cómo los impactó eso? ¿Cómo lo reflexionaron?

Sabemos que el Profeta ﷺ más tarde enfatizó la alfabetización, la importancia de aprender a leer y escribir, y te das cuenta de que eso proviene directamente del Corán. Proviene de algo tan simple como el hecho de que el Corán alerta a los musulmanes sobre la centralidad de la palabra escrita, a través de esta expresión tan simple que invita a reflexionar.

Los reportes dicen que esta sura hace referencia a al-Walīd ibn al-Mughīra, un hombre conocido por su arrogancia y rechazo al mensaje. Pero nuevamente, llegamos al mismo punto. Al-Walīd ibn al-Mughīra era un mecano adinerado, tenía varios hijos, era extraordinariamente arrogante, altivo, elitista y profundamente opuesto a Muammad y a su mensaje.

Pero, de nuevo, ¿es seguro que la sura esté hablando específicamente de él?

La respuesta es no. ¿Por qué?

Porque la sura está hablando de un tipo de personalidad, no de un individuo concreto.

Y comienza haciendo varias cosas:

Primero, tras enfatizar la palabra escrita, y afirmar la veracidad de este profeta —lo cual no nos sorprende—, subraya un tema que ya habíamos encontrado antes: cuando Jadiyah consuela al Profeta ﷺ. Ella lo consuela diciéndole: “Ciertamente, lo que has encontrado es la verdad, porque tú eres un hombre de gran carácter moral.”

Eres un hombre de “khuluq”, es decir, un hombre de elevado carácter ético y moral. Y, por favor, ténganme paciencia porque todo esto se conectará como un tapiz cuando hablemos, por ejemplo, de cómo Abū Dharr se convierte al islam y de toda esta noción de la pureza moral como camino hacia la fe.

 

Así que Jadiyah consuela al Profeta ﷺ diciéndole: “Eres un hombre de gran carácter moral, de una ética elevada. Y porque posees ese carácter moral, es imposible que Dios te abandone o te deje en manos de demonios.” Eso es lo que Jadiyah le dice al Profeta.

Y luego el Corán viene y subraya precisamente eso, algo que fue uno de los pilares del mensaje desde el inicio. Hay un episodio —del que quizás hablemos en más detalle más adelante— en el que Abū Sufyān viaja a Yemen. En esa tradición, hay una conversación fascinante entre Abū Sufyān y algunas personas que le preguntan acerca de la profecía de Muḥammad ﷺ mientras está de visita. Lo más llamativo de esa conversación es lo que inquieta tanto a Abū Sufyān como a sus interlocutores en Yemen —y aunque ese episodio ocurre más tarde, no en los primeros tres años, es muy revelador—.

El problema que ellos ven es precisamente el carácter moral del Profeta ﷺ. Dicen, en efecto: “Sería fácil descartar a este hombre. Sería fácil llamarlo adivino, o impostor, o loco… si no fuera porque es un hombre de un carácter moral tan elevado.”

Y esto es muy importante, porque cuando la gente pregunta: “¿Por qué el mensaje fue revelado entre los árabes?” La respuesta es que, aunque los árabes a menudo fallaban en la práctica de los más altos estándares morales, todavía conservaban una intuición beduina acerca de lo que es verdaderamente grande.

No habían sido corrompidos por la civilización.

Tenían una comprensión innata e intuitiva de la generosidad, de decir la verdad, del coraje, y de esos valores que surgen de una vida no contaminada por las maquinaciones del poder, la política, las clases y las leyes. Porque mientras más se adoctrina a la gente en sistemas complejos de leyes, más se alejan de esa intuición natural sobre lo correcto y lo incorrecto.

Y conversaciones como esa son muy reveladoras, porque muestran que sabían que era un problema simplemente apartar a alguien así, hacer como si no existiera. Si estás corrompido por la política, tal vez no te inquiete encarcelar o incluso matar a alguien de gran carácter moral, porque te dices a ti mismo: “Bueno, la civilización lo requiere, las instituciones del poder necesitan estabilidad.”.

Entonces, ¿qué pasaría si ejecutamos a alguien que nunca miente? Pero si tú tienes esa intuición beduina, ese sentido natural —como el de los pueblos indígenas— de aprecio por la moralidad, eso te perturba, y piensas que es algo deshonroso. Puede que lo hagas, como de hecho Sufyan intentó hacerlo, pero te causa conflicto interno. Y las repetidas conversaciones que se nos narran, donde los mequinenses se reúnen y dicen: “De acuerdo, ¿qué vamos a decir sobre Muhammad?”, muestran justamente eso: lo que los molesta una y otra vez es que él es un hombre profundamente ético. Así que les incomoda llamarlo, por ejemplo, un loco. Dicen: “No, eso no va a funcionar.” Y cuando dicen “eso no va a funcionar”, lo que quieren decir es: “Sabemos que eso es una exageración.” Entonces dicen: “Bueno, llamémoslo de otra manera”

 

Así que cuando observas esas luchas, esos tira y afloja, te das cuenta de dos cosas. Primero, comprendes por qué Allah eligió a estas personas para depositar en ellas el mensaje. Porque si hubieran tenido una civilización como la sasánida o la bizantina, la dinámica habría sido completamente diferente. Pero lo otro es que, cuando el mensaje llega, básicamente les está diciendo a estos primeros musulmanes —y tengan paciencia conmigo, porque esto se unirá in shā’ Allāh como un tapiz—:

Estos primeros musulmanes, este es su Profeta. Y aquellos de ustedes que pensaban que tenía sentido que él fuera el Profeta porque es un hombre de gran carácter ético, pues adivinen qué: tenían razón. Entonces, de inmediato, para los musulmanes que están recibiendo este mensaje inicial, se les está diciendo: bueno, deben ser como este hombre. Imiten su carácter moral. Imiten la forma en que dice la verdad. Imiten la forma en que es constantemente misericordioso, constantemente compasivo. Imiten la forma en que adora, en la forma en que se relaciona con los demás.

Pero luego, cuando el texto describe —y a través del Profeta advierte—, les dice: no obedezcan a cierto tipo de personalidad, por así decirlo. ¿Quién es este tipo de personalidad? Cuando dice “no obedezcas”, es como si le dijera a los musulmanes: “Cuidado con un tipo de personalidad en particular.”

La descripción es asombrosa, porque revela capas de significado de inmediato. En primer lugar, este tipo de personalidad es alguien que constantemente jura, pero no jura porque le importe la verdad, sino porque le importa su propio interés. Es decir, podríamos decir que toma el nombre de Dios en vano, pero la expresión aquí no trata de eso en específico, sino del hecho de que no le da importancia al peso de sus palabras. En otras palabras, jura sin considerar que al hacerlo está haciendo promesas, compromisos, incluso invocando a Dios para reforzar algo que en realidad no tiene ninguna intención de cumplir.

¿Y qué más? Constantemente chismea con otras personas. Está constantemente hablando de la gente. Es una persona cuya forma de interactuar socialmente consiste en hablar mal de otros. Habla a sus espaldas, pero de manera constante busca degradar y menospreciar a las personas. Y su actitud es que no quiere el bien para los demás. Jura porque quiere el bien para sí mismo.

Entonces, mira el cuadro que se pinta aquí: es como si, después de decirte que el Profeta es un hombre de gran carácter moral y ético, te presentara un contraste con su carácter. Bien, el Profeta es un hombre de gran integridad moral. Entonces, ¿cuál es el contraste con eso? El contraste es alguien que habla tonterías, alguien en cuyas palabras no se puede confiar, un embustero constante. Su discurso gira en torno a su ego, no a otra cosa. ¿Y qué más? No habla de principios o valores, como lo hace el Profeta. Habla de otras personas, las degrada. Y además, no soporta ver que los demás alcancen algo bueno. Su sentimiento constante es de animosidad y hostilidad hacia el bienestar de otros.

Y nuevamente aparece ese tema que se mencionó en la sura anterior: que ellos tienen dinero y tienen hijos, y creen que eso los hace autónomos e independientes, que eso les otorga independencia frente a lo divino. Ahora bien —y no recuerdo si lo mencioné o no, pero probablemente sí— la razón por la que muchos intérpretes del Corán dijeron que esto se refiere a “lo marcaremos en el puente de su nariz” es porque, idiomáticamente, en árabe —como vimos con la expresión sobre la frente— significa insultar o humillar a alguien. Cuando se dice “te golpearé en el puente de la nariz”, es una forma de expresar humillación.

La razón por la que los comentaristas pensaron que esto encajaba con Al-Walīd ibn al-Mughīra es porque, según los relatos, en la batalla de Badr fue herido con una espada en el puente de su nariz. Así que ellos dijeron que Allah básicamente estaba prediciendo un evento que ocurriría más de trece años después, cuando él sería herido en el puente de la nariz. Ahora bien, Allah podría estar haciendo ambas cosas al mismo tiempo. No hay ninguna razón por la cual no sea así. Es decir, Allah podría estar dándonos un prototipo de personalidad y, al mismo tiempo, describiendo lo que sucedería con una persona como él. Así que no excluyo esa posibilidad.

Pero lo más importante es: ¿en qué se enfoca la sura después de eso? Se enfoca en una narración, en una historia. Y la historia es acerca de un hombre rico que tenía hijos. Este hombre rico era agricultor, y tenía la práctica de reservar siempre una parte de su cosecha para los pobres. Cuando muere, sus hijos heredan la propiedad. Básicamente dicen: “Bueno, nuestro padre solía dar una parte de las cosechas a los pobres, pero ahora nuestra situación es diferente. La granja se divide entre nosotros, sus hijos.” Se dice que tenía dos hijos, pero quién más vivía en el hogar no se sabe. Cualquiera haya sido la justificación que inventaron, argumentaron que ya no tenía sentido seguir dando esa parte a los pobres. Decidieron dejar de hacerlo. En otras palabras, ya no destinarían automáticamente una porción para los necesitados.

Entonces, Allah cuenta la historia de cómo los castiga destruyendo su cosecha. Y así, inmediatamente, el texto te lleva desde hablar de grandes principios morales y éticos, a un ejemplo práctico y demostrativo de lo que exige el carácter moral. Te enseña que el intelecto humano siempre puede inventar razones para dejar de hacer el bien. “Bueno, ahora somos más bocas que alimentar”, o “la granja ahora está dividida”, o “ya no pertenece a una sola persona, sino a varias”, etc. Sea cual sea la excusa, el principio ético sigue siendo el principio ético.

Y luego el segundo mensaje que se presenta justo después de eso es: reflexiona sobre aquellas personas que, cuando pudieron postrarse ante su Señor, se negaron. Esto —como mencioné antes— es una de las pruebas de que el salāh ciertamente implicaba postración. Este es uno de los ejemplos en los que, inmediatamente, en la sura (que según los reportes es la segunda revelada), se habla de aquellos que se negaron a postrarse y cómo, en la otra vida, se postrarán —pero esta vez forzados. En otras palabras, reflexiona sobre el hecho de que, al final de todo, terminarás en un estado de sumisión total ante tu Señor.

Pero observa cómo toda la sura une el acto de adorar a Allah con la estructura misma del carácter moral. Así que, en tu mente, si tú te reunieras con el Profeta ﷺ para estudiar esta sura y aprender de ella, nada de esto podría separarse. Si eres alguien que se postra, si eres un ser humano que ora, entonces, por definición, eres también alguien que no practica namīma (chismorrear o hablar mal de otros). Por definición, no eres una persona tosca ni grosera —algo que esta sura condena. Por definición, no usas tu intelecto para esquivar lo que la moral y la ética demandan. Por definición, buscas un gran carácter moral, como la sura lo describe.

Es realmente importante —y veremos varios ejemplos más— entender lo que significaba para esos primeros musulmanes reunidos en Dār al-Arqam. No existían leyes codificadas para ellos, ni libros de jurisprudencia, ni recopilaciones de hadices. Toda su práctica consistía en recibir la revelación coránica, reunirse, rezar juntos y reflexionar. Reflexionar sobre lo que ese mensaje que estaban recibiendo de Allah les exigía. Y eso lo era todo. Si interiorizas eso, es una revolución completa en tu conciencia y en tu forma de ser.

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